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Treinta años después del fin de la guerra de Bosnia, Italia vuelve a mirar hacia los Balcanes con espanto. La Fiscalía de Milán ha abierto una investigación por homicidio voluntario agravado contra varios ciudadanos italianos sospechosos de haber participado, a principios de los años noventa, en un crimen que parece salido de una pesadilla: los llamados “safaris de francotiradores”.

Según las denuncias, durante el asedio de Sarajevo —el más largo en la historia moderna, con más de 11.000 civiles muertos, entre ellos 1.601 niños—, hombres adinerados de distintos países pagaban para disparar contra la población civil desde las colinas controladas por las fuerzas serbobosnias. No eran soldados ni mercenarios: eran turistas del horror.

La denuncia que reabrió las heridas

El periodista y novelista Ezio Gavazzeni, conocido en Italia por sus investigaciones sobre terrorismo y mafia, es quien ha reavivado el caso. En enero de 2025 presentó un expediente de 17 páginas ante la Fiscalía de Milán. En él reunió testimonios, correos electrónicos y documentos que apuntan a la existencia de una red de “viajes” organizados desde el norte de Italia hacia Bosnia entre 1993 y 1995.

“Personas muy ricas, amantes de las armas, pagaban para poder matar a civiles indefensos”, afirmó Gavazzeni al diario La Repubblica. “Eran empresarios, cazadores, hombres con reputación. Regresaban a sus vidas normales después de matar.” En el centro de su denuncia hay una expresión que hiela la sangre: cacería humana.

El turismo del espanto de los safaris humanos

De acuerdo con el expediente, los viajes partían desde Trieste, ciudad fronteriza del norte de Italia. Los participantes eran trasladados a Belgrado y luego a las colinas que rodean Sarajevo, bajo control de las milicias del líder serbobosnio Radovan Karadžić, posteriormente condenado por genocidio.

Pagaban entre 80.000 y 100.000 dólares por paquetes que incluían transporte, alojamiento, armas y “guías” locales. “Existía incluso un tarifario del horror”, asegura Gavazzeni. Matar a un niño podía costar hasta 100.000 dólares; las mujeres, menos; los ancianos, gratis.

El testimonio más sólido procede del exoficial de inteligencia bosnio Edin Subašić, quien en 1993 interrogó a un combatiente serbio capturado. El hombre confesó haber acompañado a cinco extranjeros —tres italianos entre ellos— en una de esas expediciones. Uno era propietario de una clínica estética en Milán; otro, empresario de Turín; el tercero, un cazador de Trieste.

Los servicios de inteligencia bosnios informaron de inmediato al SISMI, la inteligencia militar italiana. La respuesta llegó meses después: “Hemos descubierto que el safari parte de Trieste. Lo hemos interrumpido”. Pero el daño ya estaba hecho.

Sarajevo, una ciudad convertida en blanco

Durante 1.425 días, Sarajevo vivió sitiada. Entre abril de 1992 y febrero de 1996, la capital bosnia fue un infierno de morteros y francotiradores. Los civiles aprendieron a correr agachados, zigzagueando entre las sombras, para cruzar una calle sin ser abatidos. Las ventanas se cubrían con colchones. Las madres enseñaban a los niños a distinguir el silbido de una bala.

En ese contexto de horror cotidiano, los “turistas” se acomodaban en las laderas, observaban la ciudad por la mira de sus rifles de caza y elegían un objetivo: un niño que corría por pan, una mujer que cargaba agua, un anciano en bicicleta. Disparaban. Y luego brindaban.

Subašić describió a estos hombres en términos escalofriantes: “Cazadores apasionados que, tras probar todos los safaris legales, buscan una cabeza humana como trofeo. Psicópatas con dinero e influencia, capaces de protegerse de la justicia”.

Testigos del espanto

El perfil coincide con el testimonio del bombero estadounidense John Jordan, quien trabajó como voluntario en Sarajevo y declaró en 2007 ante el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia. “Vi extranjeros que no eran combatientes. Usaban ropa civil mezclada con uniformes. Y las armas… eran rifles de caza, no de guerra. Parecían cazadores desubicados en un campo de batalla.”

Los habitantes de Sarajevo también recuerdan. En el documental Sarajevo Safari (2022), del director esloveno Miran Zupanič, testigos anónimos cuentan que algunos de esos “viajeros” eran filmados mientras disparaban, como si se tratara de una atracción extrema.

Fue precisamente ese documental el que llevó a Gavazzeni a reabrir el caso. “Me impresionó la naturalidad con la que hablaban de aquello”, dijo. “Era la indiferencia del mal: gente que iba a matar como quien va a cazar ciervos”.

Del rumor al tribunal

No era la primera vez que se hablaba de esto. En 1995, el Corriere della Sera publicó una nota titulada “Vacaciones en Bosnia, tiro al hombre incluido” que fue rápidamente desmentida por falta de pruebas. Décadas después, la historia regresa, ahora con nombres, fechas y documentos.

La exalcaldesa de Sarajevo, Benjamina Karić, ha enviado un informe a la justicia italiana describiendo a los implicados como “ricos extranjeros amantes de empresas inhumanas”. Ofreció testificar en Milán. El fiscal antiterrorista Alessandro Gobbis ya ha pedido cooperación al Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia y se dispone a interrogar a nuevos testigos.

El eco de un horror sin prescripción

No todos los que dispararon lo hicieron por dinero. En 1992, el escritor ruso Eduard Limonov fue grabado disparando una ametralladora contra Sarajevo junto a Karadžić. Lo hacía por fanatismo ideológico. Pero los italianos investigados, asegura Gavazzeni, lo hicieron por placer.

Treinta años después, Italia, que en los noventa acogió a miles de refugiados bosnios, enfrenta el reto moral de mirar hacia adentro. “Hay atrocidades que nunca prescriben”, escribió Gavazzeni en su denuncia. “Porque cuando el mal se convierte en ocio, deja de ser guerra y se convierte en monstruosidad”.

La investigación recién comienza. Pero el eco de aquellos disparos —los de los francotiradores que mataban por diversión— vuelve a resonar entre las montañas de Sarajevo y las calles de Milán.

Y mientras los fiscales desempolvan viejos informes y los testigos recuperan su voz, Europa vuelve a preguntarse cómo pudo ocurrir que, en pleno corazón del continente, matar se convirtiera alguna vez en una forma de entretenimiento.

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