En las bibliotecas escolares de Estados Unidos, los estantes comienzan a vaciarse. No por falta de presupuesto o desinterés estudiantil, sino por un fenómeno que crece en silencio: la prohibición de libros. Según el más reciente informe de PEN America, organización que defiende la libertad de expresión, el ciclo escolar 2024-2025 cerró con 3.923 títulos vetados en 87 distritos, un récord histórico que revela una batalla cultural librada entre las páginas.
El estudio, titulado La normalización de la prohibición de libros, contabiliza 6.870 casos de censura solo en el último año. Desde 2021, la cifra asciende a 22.810 acciones en 45 estados, un patrón que, lejos de parecer aleatorio, responde a una estrategia coordinada. “Nunca antes han visto los estadounidenses una cifra semejante en su historia”, advierten los autores del reporte.
Las prohibiciones en varios estados
Florida lidera la lista con más de 2.300 prohibiciones, seguida por Texas, Tennessee y Pensilvania. El mapa de la censura se extiende y amenaza con teñir de silencio otros estados como Michigan o Minnesota. Lo que empezó como una supuesta defensa del “control parental” sobre los contenidos escolares, se transformó en una ofensiva ideológica que redefine los límites de la educación pública, señala una publicación del portal Infobae.
Entre los títulos eliminados aparecen Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, obras retiradas por supuestos contenidos “inapropiados”. A ellas se suman clásicos como Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, y una adaptación gráfica del Diario de Ana Frank, retirada de las aulas de Tennessee.
El control ideológico
En palabras de PEN America, se trata de una “instrumentalización del miedo”: grupos conservadores habrían “explotado las ansiedades de los padres para ejercer control ideológico sobre la educación pública mediante tácticas consistentes y coordinadas”. La censura, según la organización, adopta múltiples formas: vetos totales, restricciones por edad o grado escolar y revisiones condicionadas al permiso de un adulto.
Pero el fenómeno va más allá del aula. En escuelas administradas por el Departamento de Defensa, casi 600 libros fueron retirados de sus bibliotecas por contener referencias a diversidad, inclusión o equidad. La medida, aunque silenciosa, marcó un precedente federal en esta cruzada contra la literatura.
Las consecuencias no se limitan al ámbito educativo. Autores consagrados como Isabel Allende, Stephen King, Sara J. Maas o Elena K. Arnold ven sus obras desaparecer de los estantes. En el caso de Allende, La casa de los espíritus fue eliminada de varias escuelas por abordar temas de sexualidad y política.
La ofensiva más persistente recae sobre los libros que abordan temas LGBTI+, justicia racial o violencia sexual. En numerosos distritos, esas obras fueron catalogadas como “sexualmente explícitas” o “inadecuadas”, etiquetas que justificaron su exclusión. Otras narrativas, vinculadas a la migración o a la memoria histórica, corrieron la misma suerte.
La censura y muchos tipos de libros
La censura también afecta manuales, programas de estudio y ferias del libro. Algunas instituciones han cancelado eventos literarios o rechazado donaciones de textos considerados polémicos. En este contexto, la educación pública estadounidense enfrenta una paradoja: mientras el país se proclama defensor de la libertad de expresión, miles de estudiantes crecen sin acceso a las historias que moldearon su propio pensamiento crítico.
En el fondo, la batalla por los libros es también una disputa por la memoria. Cada título retirado representa una voz menos. Y aunque los censores logren vaciar los estantes, las preguntas persisten: ¿qué temen quienes temen a los libros? ¿Qué clase de ciudadanía se forma en la ausencia de palabras?
En tiempos de algoritmos y desinformación, la defensa de la literatura parece más urgente que nunca. Porque en cada página prohibida late una verdad incómoda: los libros siempre han sido más peligrosos para el poder que para los lectores.
