La pandemia de influenza de 1918 provocó una crisis humanitaria de gran escala. Se estima que más de 50 millones de personas murieron, una cifra que triplicó los fallecimientos causados por la Primera Guerra Mundial. Entre los síntomas más comunes estaban fiebre alta, dificultad respiratoria, neumonía y desorientación, que rápidamente debilitaban a los infectados.
Los primeros brotes masivos se documentaron en Estados Unidos, particularmente en campamentos militares, desde donde el virus se expandió a Europa con la llegada de tropas. Posteriormente, países como México, Rusia, Irán, Nueva Zelanda, Argelia, Gambia y las Islas Fiji también reportaron miles de casos.
Pese a que inicialmente la tasa de mortalidad no alarmó a los expertos, la situación se deterioró rápidamente. Muchos gobiernos no reaccionaron con la celeridad necesaria, en parte debido al contexto de la guerra, y en parte por la falta de información científica sólida.
Una crisis que sembró el pánico
La pandemia no solo dejó cifras devastadoras, sino que también generó un pánico generalizado. En ciudades como Filadelfia, los registros muestran calles vacías, comercios cerrados y niños muriendo de hambre tras perder a sus padres. La Cruz Roja Americana reportó comportamientos sociales comparables al temor que provocó la Peste Negra en la Edad Media.
El miedo al contagio impidió la atención a enfermos y huérfanos. Testimonios como el del director de Ayuda de Emergencia en Pensilvania dan cuenta de la desesperación por la falta de personal médico y voluntarios. La situación obligó a implementar campañas de información pública, con carteles e instrucciones para limitar la propagación del virus.
En países con libertad de prensa como España, los medios documentaron ampliamente el brote, lo que llevó a que internacionalmente se conociera como “la gripe española”, aunque no se originó allí. En naciones involucradas en la guerra, la censura impidió una cobertura similar.
El enigma de las víctimas jóvenes
Uno de los aspectos más desconcertantes de la pandemia fue la alta mortalidad en adultos jóvenes, un patrón inusual para brotes gripales, que normalmente afectan con mayor severidad a niños y ancianos. Investigaciones posteriores sugieren que las personas nacidas antes de 1889 habrían tenido alguna inmunidad cruzada por exposición a virus similares del “grupo 2”, a diferencia del virus de 1918, que pertenecía al “grupo 1”.
Ruth Craig, profesora de farmacología en Dartmouth College, explicó que esta diferencia inmunológica puede haber influido en la mayor vulnerabilidad de los nacidos en las décadas previas. Estas observaciones han sido fundamentales para entender cómo reacciona el sistema inmunológico ante nuevos virus.
El origen en Estados Unidos
Aunque existen teorías que apuntan a brotes anteriores en Francia, China o Vietnam, la mayoría de los estudios coinciden en que la pandemia comenzó en Estados Unidos y se expandió a Europa con el traslado de tropas. La falta de un consenso sobre el punto de origen sigue siendo un tema de investigación entre epidemiólogos.
El brote, aunque breve, tuvo repercusiones duraderas. La expectativa de vida en Estados Unidos se redujo en 12 años y la infraestructura sanitaria colapsó en numerosos países. Este desastre subrayó la necesidad de coordinación internacional para la prevención de enfermedades.
El nacimiento de la cooperacción sanitaria internacional
Tras el fin de la Primera Guerra Mundial y la pandemia, la comunidad internacional tomó medidas significativas. En 1919, durante la Conferencia de Paz de París, se creó la Liga de las Naciones, precursora de las Naciones Unidas. Uno de sus objetivos fundacionales fue la cooperación en materia de salud pública.
Este esfuerzo marcó el inicio de un sistema de control global de enfermedades que evolucionó hasta las actuales estructuras como la Organización Mundial de la Salud (OMS). Hoy, ese legado es clave para la gestión de pandemias como las del ébola, gripe aviar o COVID-19.
La pandemia de 1918 dejó lecciones cruciales sobre la importancia de la transparencia, la preparación y la cooperación global. Más de un siglo después, su impacto continúa modelando las respuestas sanitarias internacionales y recordando los riesgos que representa una nueva pandemia. (10).
