En una aldea perdida de Malawi, un país africano marcado por la pobreza y las sequías, un joven de 14 años cambió el rumbo de su destino con la fuerza del ingenio y la curiosidad. Su nombre es William Kamkwamba, y su historia —tan sencilla como extraordinaria— ha inspirado al mundo entero.
Corría el año 2001 cuando una severa hambruna azotó su comunidad. Las cosechas se perdieron y las familias, incluida la suya, pasaron días enteros sin comer. William tuvo que abandonar la escuela porque sus padres no podían pagar las cuotas, pero eso no detuvo su deseo de aprender. En los pequeños estantes de una biblioteca comunitaria, encontró un libro que cambiaría su vida: Usando la energía, una guía básica sobre electricidad y molinos de viento. Aquellas páginas encendieron su imaginación.
La idea que movió a William
“Si el viento puede mover las hojas de los árboles, también puede mover las aspas de una máquina”, pensó el joven. Con esa idea y una determinación inquebrantable, comenzó a recolectar piezas viejas de bicicletas, tubos de escape, cables, y trozos de madera.
Su taller improvisado era el patio de su casa, y sus herramientas, las manos y la paciencia. Nadie creyó en su proyecto; algunos vecinos incluso se burlaron. Pero William siguió adelante, convencido de que su molino podría generar electricidad y bombear agua para los cultivos.
Después de meses de trabajo, en 2002, el molino de viento empezó a girar. El pequeño artefacto, ensamblado con chatarra y esperanza, logró iluminar la bombilla del hogar de los Kamkwamba. En poco tiempo, el invento cambió la vida de la comunidad: los vecinos podían cargar teléfonos, tener luz por las noches y, lo más importante, bombear agua para los cultivos.
Una historia que recorrió el mundo
El hallazgo no tardó en llamar la atención de un periodista local, y en 2007 la historia de William se difundió por todo el mundo. Las invitaciones comenzaron a llegar: charlas, conferencias, entrevistas. En una de sus presentaciones en TED Global, el joven inventor contó su experiencia entre nervios y emoción: “Usé basura para crear energía. Si yo pude hacerlo, cualquiera puede”. Su mensaje, tan poderoso como su molino, se volvió viral.
Dos años más tarde, en 2009, William publicó su libro autobiográfico El niño que domó el viento, donde relató su infancia, la lucha contra la pobreza y su pasión por la ciencia. El texto se convirtió en un bestseller internacional y lo consolidó como símbolo de la creatividad africana.
Gracias a una beca, Kamkwamba retomó sus estudios y se graduó en Dartmouth College, en Estados Unidos, en 2014. Desde entonces, ha dedicado su vida a promover la educación, la innovación y la energía renovable en África. Ha trabajado en proyectos de energía solar, ha inspirado a miles de jóvenes y ha demostrado que la tecnología también puede nacer en los rincones más humildes del planeta.
Defensor del acceso a la educación
En 2019, Netflix llevó su historia a la pantalla con la película El niño que domó el viento. El filme, aclamado por la crítica, retrata la dureza de la vida rural y la fuerza de un adolescente que se negó a rendirse ante la adversidad.
Hoy, William Kamkwamba sigue recorriendo el mundo como defensor del acceso a la educación y la sostenibilidad, convencido de que el conocimiento es la herramienta más poderosa para transformar sociedades. “No importa de dónde vengas o qué tengas —dice—, lo importante es lo que haces con lo que tienes.”
Su molino no solo generó electricidad; encendió una chispa de esperanza que cruzó fronteras. En un continente donde la escasez suele apagar los sueños, William demostró que la curiosidad puede ser el motor del cambio.
