Con los dos tomos de la novela El conde de Montecristo en la maleta, Nicolas Sarkozy cruzó el martes el portón de hierro de la prisión de La Santé, en París. El expresidente francés (2007–2012) comenzó así a cumplir una condena de cinco años de cárcel —tres de ellos firmes— por el presunto financiamiento ilegal de su campaña presidencial con dinero del régimen libio de Muammar Gaddafi.
Su ingreso marca un hecho sin precedentes: desde el mariscal Pétain, tras la Segunda Guerra Mundial, ningún jefe de Estado francés había sido encarcelado. Antes que él, solo el rey Luis XVI conoció la prisión desde el trono. Sarkozy lo sabe: su caída tiene un peso histórico.
La celda más custodiada de Francia
Sarkozy cumple su pena en el sector de internos vulnerables de La Santé, donde la seguridad es máxima. Pero su caso es excepcional: cuatro policías del servicio de protección VIP de la República se turnan para custodiarlo día y noche. Dos de ellos están siempre apostados frente a su celda, armados, aunque sin autoridad sobre los movimientos internos del penal, señala una publicación del diario El Clarín.
La decisión —tomada al más alto nivel del Estado— responde a amenazas específicas contra el expresidente, algunas provenientes de grupos islamistas que cumplen condena en el mismo establecimiento. “Es la continuidad del servicio”, explican desde el Ministerio del Interior. Es decir, la misma protección que tenía como expresidente, ahora trasladada a los muros de una prisión.
Sin embargo, la medida ha generado tensión dentro del sistema penitenciario. Los guardias carcelarios no aceptan que agentes externos trabajen dentro de su jurisdicción. “Es una bofetada para el personal”, denunció Wilfried Fonck, del sindicato UFAP-UNSA. “Nunca habíamos visto algo así. Nos hacen sentir que no sabemos hacer nuestro trabajo”.
Rutina entre privilegios y reglas
A diferencia de su vida en el Palacio del Elíseo, Sarkozy debe comer la comida de la prisión. Su antiguo cocinero fue reasignado al Ministerio del Interior. Tampoco tiene teléfono móvil: las pantallas están bloqueadas para evitar delitos y extorsiones.
Sin embargo, conserva algunos privilegios institucionales. En su oficina de la calle Miromesnil, dos secretarias siguen gestionando su correspondencia, a la espera de su regreso en 2026. “El presidente volverá, porque la verdad triunfará”, afirman sus colaboradores más cercanos.
Dentro del penal, el exmandatario dedicará su tiempo a la lectura y la escritura. También hace ejercicio a diario. Sus escoltas lo acompañan en cada desplazamiento: del gimnasio al área de visitas, del despacho a la celda. No duermen dentro del penal, pero permanecen cerca las 24 horas.
Furia sindical y grietas del sistema penitenciario
El despliegue especial de seguridad ha encendido un debate político y sindical. Los guardias de La Santé denuncian que el caso Sarkozy “eclipsa los verdaderos problemas” del sistema penitenciario francés: el hacinamiento, la falta de recursos y las pésimas condiciones laborales.
“Mientras el Estado moviliza a cuatro policías armados para un solo preso, miles de agentes trabajan sin refuerzos en cárceles saturadas”, señalan desde el sindicato. Para muchos, el ingreso de Sarkozy no solo expone la corrupción política, sino también las desigualdades dentro del propio sistema de justicia.
Nicolas Sarkozy: la batalla judicial sigue
Fuera de los muros, los abogados Christophe Ingrain y Jean-Michel Darrois presentaron un recurso de doce páginas pidiendo la liberación inmediata de su cliente. Argumentan que la prisión preventiva es desproporcionada y que ya no existen los riesgos que justificaron su encarcelamiento.
“No hay fuga posible para un hombre bajo protección policial permanente desde hace diez años”, sostienen. Tampoco —añaden— hay pruebas que destruir ni riesgo de reincidencia. “Esta situación es kafkiana”, denunció Ingrain. El tribunal de apelaciones de París tiene dos meses para decidir si Sarkozy continúa tras las rejas. Los observadores judiciales creen que podría ser liberado antes de fin de año, mientras se resuelve su apelación definitiva.
Un símbolo de poder en caída libre
Sarkozy, el hombre que hizo del orden y la autoridad su marca política, enfrenta ahora el rigor de la institución que simboliza el límite de todo poder: la prisión. Entre las paredes húmedas de La Santé, rodeado de escoltas y silencios, el exmandatario vive su propia parábola política.
Francia lo observa con una mezcla de morbo y desconcierto. El presidente que prometió una “República irreprochable” se ha convertido, a su pesar, en el prisionero más vigilado —y más debatido— del país. Y en algún rincón de su celda, entre páginas de El conde de Montecristo, quizá reflexiona sobre la ironía de su destino: el hombre que conquistó el poder, ahora aprende a vivir sin él.
