Roch Thériault, un autoproclamado profeta, lideró la secta Ant Hill Kids en Burnt River, Ontario, sometiendo a sus seguidores a abusos sexuales, torturas y asesinatos. Todo bajo la fachada de una comunidad espiritual, hasta que una sobreviviente expuso los horrores y desencadenó su arresto.
En 1977, Roch Thériault, nacido en Saguenay, Quebec, en 1947, fundó la secta Ant Hill Kids tras abandonar el movimiento adventista del séptimo día. Con un carisma basado en su oratoria y citas bíblicas, atrajo a un grupo inicial en Sainte-Marie, Quebec, prometiendo salvación ante un supuesto apocalipsis.
El nombre del grupo
El nombre del grupo aludía a la obediencia colectiva, comparando a los seguidores con hormigas trabajadoras. Thériault, quien abandonó sus estudios secundarios, se autoproclamó sanador y profeta, afirmando recibir visiones divinas. La secta comenzó como una comunidad utópica, buscando autosuficiencia y pureza espiritual. Sin embargo, Thériault impuso reglas estrictas, incluyendo ayunos, jornadas laborales extenuantes y confesiones públicas.
Los seguidores, inicialmente atraídos por su discurso, quedaron atrapados en una dinámica de control psicológico. En 1978, ante sospechas de las autoridades, Thériault trasladó a sus seguidores a un área boscosa en Burnt River, Ontario, donde construyeron cabañas rudimentarias. El aislamiento geográfico reforzó su dominio, limitando el contacto con el exterior.
Escalada de la Violencia
El ambiente en la secta Burnt River se tornó opresivo. Thériault asignó roles estrictos, relegando a las mujeres a tareas domésticas y sometiéndolas a abusos sexuales. Los hombres trabajaban como vigilantes o mano de obra, mientras los niños, muchos nacidos en el campamento, crecían sin educación formal, recibiendo sermones apocalípticos. Las jornadas laborales superaban las 13 horas diarias, y los castigos por desobediencia incluían azotes, quemaduras y privación de sueño.
Thériault justificaba los castigos como “expiaciones” ordenadas por Dios. Los seguidores, adoctrinados, temían cuestionarlo. Las mujeres perdieron autonomía sobre sus cuerpos, enfrentando embarazos forzados. Thériault acumuló múltiples “esposas” y concubinas, y las adolescentes eran tratadas como futuras compañeras del líder. El acceso a atención médica estaba prohibido. Thériault, sin formación médica, realizaba “cirugías” con herramientas improvisadas. Estas intervenciones, sin anestesia, resultaron en lesiones graves y, en algunos casos, la muerte.
El Caso de Solange Boilard
Uno de los episodios más atroces ocurrió en 1989, cuando Solange Boilard, una seguidora, sufrió dolores abdominales. Thériault, autoproclamándose cirujano, intentó operar con un cuchillo de carnicero, sin anestesia ni esterilización, para tratar un supuesto “bloqueo espiritual”. Boilard murió desangrada durante el procedimiento. Thériault afirmó que su muerte “la liberó del pecado”, silenciando cualquier protesta con amenazas.
Este caso marcó un punto crítico, evidenciando la brutalidad extrema del líder de la secta. Los sobrevivientes relataron cómo el miedo los paralizaba, impidiéndoles intervenir. La policía, años después, encontró diarios de los niños que describían palizas y torturas, incluyendo dibujos que ilustraban el sufrimiento.
Métodos de Control
Thériault mantuvo su poder mediante el aislamiento, el temor y la humillación pública. Las salidas al exterior se limitaban a vender pan casero o limpiar casas, siempre bajo supervisión. Cualquier intento de escape resultaba en castigos físicos presenciados por el grupo, reforzando la obediencia. El líder manipulaba emocionalmente a sus seguidores, exigiendo confesiones de “culpas” en sesiones grupales. Las penitencias incluían quemaduras, encierros y mutilaciones.
Los niños, criados en el entorno de la secta, normalizaban la violencia, creyendo que el dolor era parte de su “purificación”. La estructura jerárquica otorgaba a Thériault poder absoluto. Los hombres perdían autonomía, actuando como vigilantes de sus propias familias bajo amenaza. Las mujeres, especialmente, sufrían abusos sistemáticos, incluyendo violaciones y separación de sus recién nacidos.
La Fuga de Gabrielle Lavallée
El colapso de la secta comenzó en 1989, cuando Gabrielle Lavallée, una de las “esposas” de Thériault, escapó tras sufrir graves abusos. Con mutilaciones, incluyendo la pérdida de parte de un brazo y varios dientes, Lavallée denunció los crímenes a las autoridades. Su testimonio desencadenó una investigación policial que reveló el alcance del horror. Las redadas en el campamento encontraron a decenas de adultos y niños desnutridos, con cicatrices de torturas y mutilaciones.
Los testimonios confirmaron abusos sexuales sistemáticos, ejecuciones simuladas y rituales de tortura con alambres y cuchillas. La policía halló diarios y dibujos infantiles que documentaban el sufrimiento, como uno que decía: “Mamá está triste porque el Maestro lastimó a mi hermano”.
El Juicio y Condena
En 1993, tras un juicio que conmocionó a Canadá, Roch Thériault fue condenado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional por los asesinatos, torturas y abusos cometidos. Durante los interrogatorios, Thériault se mostró impasible, declarando: “Dios me lo ordenó. Yo soy la vara del Altísimo”. La secta fue disuelta, y los menores fueron acogidos en hogares temporales. Los adultos enfrentaron tratamientos médicos y psicológicos de largo plazo debido a lesiones irreversibles y traumas profundos.
Muchos sobrevivientes lucharon por reintegrarse a la sociedad, afectados por el adoctrinamiento y la dificultad para procesar emociones básicas.
Consecuencias y Legado
Tras la disolución de Ant Hill Kids, los sobrevivientes enfrentaron desafíos significativos. Algunos niños, criados sin contacto con el mundo exterior, tuvieron dificultades para adaptarse a la vida fuera del culto. Los terapeutas que los atendieron destacaron la profundidad del adoctrinamiento, con víctimas que temían a Thériault incluso después de su arresto. Thériault murió en 2011 en una prisión de New Brunswick, tras ser atacado por otro recluso. Ningún familiar reclamó su cuerpo.
El caso dejó una marca en la historia criminal de Canadá, destacando los peligros de los cultos y la manipulación psicológica. Las autoridades canadienses reforzaron la vigilancia sobre sectas aisladas tras el caso, buscando prevenir tragedias similares. Los sobrevivientes, muchos de los cuales prefirieron el anonimato, continuaron su recuperación, aunque algunos relataron en entrevistas anónimas que aún soñaban con la voz de Thériault.
Contexto de las Sectas en Canadá
El caso de Ant Hill Kids no es aislado en Canadá, un país que ha enfrentado otros cultos destructivos. En la década de 1970 y 1980, el auge de movimientos contraculturales facilitó la aparición de líderes carismáticos como Thériault, quienes explotaban la búsqueda de espiritualidad de sus seguidores. La falta de regulación en comunidades rurales permitió que estos grupos operaran sin supervisión durante años.
Estudios posteriores indicaron que el aislamiento geográfico y la manipulación psicológica son tácticas comunes en sectas destructivas. En el caso de Thériault, su habilidad para citar textos religiosos y su carisma inicial ocultaron su narcisismo y sadismo, permitiéndole mantener el control hasta que la fuga de Lavallée expuso los crímenes. (27)
