En la 41-20 de la 34 Avenue, en Astoria, Queens, un letrero anuncia “Ecuadorian Food Restaurant I”. Las mesas se llenan desde temprano y la puerta casi nunca se queda quieta. “Este restaurante está lleno, no ha dejado siempre. Siempre tienen la gente que come”, cuenta Fátima Paladines, una joven oriunda de El Oro que trabaja allí entre bandejas de seco de pollo, caldo de bolas y arroz marinero.
A cuatro cuadras de distancia, en la 36 Avenue, funciona el segundo local: Ecuadorian Food Restaurant & Bar II. Ambos espacios son, más que comedores, una especie de embajada emocional para muchos migrantes ecuatorianos que cruzaron fronteras pero no olvidaron el sabor del cilantro ni la textura del maduro frito.
El especial del día y la rutina del hogar lejano

Fátima explica que lo que más sale es el menú del día. “El especial, que es de lunes a viernes, consiste en sopa y segundo. Ese es el especial que se come por lo general, pero eso viene todos los días”, dice mientras señala las ollas donde hierve el caldo con yuca y trozos de carne.
No hay carta de poesía culinaria ni platos minimalistas: hay encebollado, churrasco con huevo frito, guatita con maní y ceviches que se preparan al ritmo de las órdenes telefónicas que llegan.
El restaurante nació hace más de una década, cuando Astoria empezaba a convertirse en refugio de ecuatorianos que no podían pagar alquiler en Jackson Heights. “Creo que el restaurante tiene como unos 11 años, más o menos”, calcula Fátima. En las paredes cuelgan banderas tricolores, cuadros de la Virgen del Cisne y calendarios con paisajes de Loja y Manabí.
El primer local, Ecuadorian Food I, es el más pequeño, pero también el más concurrido. El segundo —más amplio y con barra— recibe familias los fines de semana, cumpleaños improvisados y mañanas de resaca con tigrillo y café pasado.
Sabores ecuatorianos de manos migrantes
#Mundo| Los sabores ecuatorianos también llenan mesas en locales de Queens.
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Aunque el nombre diga “Ecuadorian Food” (comida ecuatoriana), en la cocina se mezclan historias. “Lo trabajamos de todo: ecuatorianos y mexicanos”, dice Fátima. No todos nacieron bajo la línea equinoccial, pero todos terminan hablando de verde, mote y ají.
Ella, que llegó de El Oro siendo adolescente, dice que su mayor alegría es cuando escucha a un cliente decir que el seco “sabe igual que en la casa de la abuela”. “Usted puede comer como ecuatoriano, lo que le gusta mucho”, asegura con una sonrisa tímida.
Entre cucharones y vapor, el restaurante se convierte en un refugio de memoria. Aquí se viene a comer, sí, pero también a escuchar cómo le fue al primo en el consulado, a planear envíos de encomiendas y a comentar los goles de Barcelona o de Liga.
No es solo un restaurante. Es un pedazo de Ecuador servido en plato hondo. Y mientras haya sopa caliente, arroz en la hornilla y alguien que diga “buen provecho”, la patria seguirá teniendo mesa en Queens. (36)
