Juan Pablo Escobar

Juan Pablo Escobar


En la sala de una librería en España, Juan Pablo Escobar habla con la serenidad de quien ha aprendido a convivir con el pasado de su padre. Esa sombra mide décadas de violencia, miles de víctimas y una herencia tan pesada que lo acompaña incluso en los silencios.

Tiene 48 años y un apellido que nunca eligió, pero que todos reconocen antes incluso de escuchar su nombre. Su padre fue Pablo Escobar Gaviria, el hombre capaz de poner en jaque a un país entero y de convertirse, a su pesar, en un mito global.

Quizás por eso, por el cansancio de repetir una historia que no escribió, ha decidido narrar la suya en un lenguaje distinto: el cómic. Escobar, una educación criminal, publicado por Norma, es su intento más reciente por desmontar la épica oscura que rodea al capo.

Juan Pablo Escobar y el mito de su padre

“Me dedico a desactivar el mito de quienes ven a mi padre como un hombre exitoso, sobre todo la juventud”, dice ante el público. Lleva años repitiéndose la misma verdad. Esta acompañado de Pablo Martín Farina, responsable del guion, y Alberto Madrigal, el ilustrador que dio forma a sus recuerdos.

El libro se adentra en su infancia, una que él mismo describe como “un ambiente de miedo y clandestinidad”, donde los sicarios eran niñeros y los guardaespaldas, casi familia. Todo en su vida estaba atravesado por la sensación permanente de amenaza. “No había posibilidad de soñar”, recuerda. Mientras otros niños imaginaban el futuro, él solo esperaba sobrevivir al día.

Arquitecto y diseñador industrial, Juan Pablo confiesa que tuvo que aprender a escribir un cómic desde cero. A pesar de haber publicado otros libros —algunos firmados con el seudónimo Juan Sebastián Marroquín—, esta vez el ejercicio fue distinto: más íntimo, más doloroso.

“Yo conciencio; Netflix glorifica”

La idea nació en la pandemia, cuando el encierro obligó a mirar hacia adentro. Quería contar su historia sin caer en la apología, con el máximo respeto hacia las víctimas y con una honestidad absoluta. “Yo conciencio; Netflix glorifica”, repite, como quien ha visto demasiadas veces cómo la ficción convierte la tragedia en espectáculo.

A lo largo de la obra, Pablo Escobar aparece sin aparecer. Está en las miradas vigilantes, en el terror suspendido en el aire, en cada explosión que retumba en la memoria del niño que fue. Solo aparece explícitamente en la portada —un abrazo padre e hijo— y en las últimas páginas.

“No quería que mi padre fuera el protagonista. Esta es mi historia”, insiste Juan Pablo. Sin embargo, la sombra del capo atraviesa todo: la de un hombre capaz de ser tierno en una carta y cruel en un atentado; un padre que enseñaba valores mientras ordenaba muertes; un bandido que hablaba de la cocaína como un veneno mientras controlaba el 80% del tráfico mundial.

Una de las escenas centrales del libro retrata esa contradicción: tenía doce años cuando su padre se sentó a hablarle por primera vez sobre la adicción a la cocaína. Le explicó que era destructiva, que arruinaba vidas. “No me daba el mejor ejemplo, pero me transmitía valores”, reflexiona. No hay resentimiento en sus palabras, tampoco nostalgia: hay una necesidad de entender.

Las relaciones con los guardaespaldas

En la crónica gráfica también se muestran las relaciones intensas que formó con sus cuidadores, hombres que vivían al filo de la muerte. “Crecer rodeado de personas que al día siguiente podían desaparecer genera hermandad”, explica. Uno de ellos sigue vivo y leyó el cómic; su reacción, cuenta Escobar, fue reveladora: “En relación con el mundo, está muerto, pero sigue vivo”. La frase resume una época: habitantes de una guerra sin nombre, fantasmas que respiran.

La contradicción de su vida —miedo y privilegio a partes iguales— aparece constantemente. Juan Pablo vivía rodeado de lujos, pero ninguno podía blindar el terror cotidiano. “No me hizo feliz ser feliz con la fortuna de la mala vida. No me causó orgullo; me generó una marca”, admite.

Los años lo llevaron a pedir perdón públicamente a las familias de las víctimas y a defender que la guerra contra las drogas es un problema de salud pública, no de seguridad. “Es una guerra en la que nadie ha ganado y nadie va a ganar”, sentencia.

La muerte del padre

El recuerdo más duro sigue siendo el día en que su padre murió. Una de esas llamadas que intentaban tranquilizarlo —“Esta semana vas a escuchar muchas explosiones, pero estoy bien”— permitió a la policía rastrear su ubicación. El 2 de diciembre de 1993, Pablo Escobar murió abatido mientras intentaba huir por los tejados de Medellín. El mito nacía al mismo tiempo que su hijo quedaba expuesto a una vida definida por el apellido.

Mientras presentaba el cómic, Juan Pablo afirmaba que escribirlo no fue un acto de reconciliación con el mito, sino de ruptura. Quiere que la juventud entienda que no hay gloria en esa vida, que la violencia no deja héroes, solo víctimas. Lo repite con una convicción que no admite matices: “Prefiero morir antes que repetir la historia de mi padre”.

 

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